Para los antiguos mexicanos el tiempo permeó todos los aspectos de su vida. Ordenó y dotó la continuidad el quehacer cotidiano y extraordinario de individuos y pueblos enteros.

La cosmovisión prehispánica dividía el tiempo en dos: el que permanecía en los entes sobrenaturales –dioses y fuerzas sobre humanas– y el de los hombres. Ambos coexistían: mientras los dioses creaban y dirigían a voluntad el destino delos hombres, estos realizaban rituales y sacrificios humanos con los que intentaban propiciar, conciliar, suplicar e incluso coaccionar a aquellos seres para obtener un beneficio.

La creencia de los hombres se reflejaban incluso en el cómputo y registro del tiempo por medio de distintos calendarios: en torno a ellos nombraban y dotaban de un destino a los recién nacidos, pronosticaban fenómenos meteorológicos y fijaban las fiestas en honor a las deidades. Los códices y ruedas calendáricas son un punto de convergencia entre dioses, naturaleza e humanos. Su estudio nos permite vislumbrar una de las aristas del complejo universo indígena de los pueblos de México.